Antecedentes
Durante las Cortes de Cádiz surgieron dos grupos, los liberales y los serviles. Estos últimos serían con el tiempo los defensores de los interéses de Carlos María Isidro, es decir, los carlistas.
Posteriormente los absolutistas ilustrados y los moderados se unirían a los liberales para defender los derechos de Isabel II. Se empezaron a llamar los «cristinos» por su apoyo a la reina María Cristina.
Muerto Fernando VII volvieron los problemas entre los liberales y se dividieron en moderados y exaltados. Entre los exaltados estaba Salustiano Olózaga que cambió el nombre por progresistas. Muchos liberales pertenecían a la orden masónica.
La Pragmática y unas manos blancas
En 1831 hubo varios pronunciamientos liberales, como el del ex-ministro liberal Salvador Manzanares en Cádiz. En Madrid este foco liberal estuvo apoyado por Olózaga que fue encarcelado, pero logró huir.
Fernando VII estaba cada vez más enfermo y empezó a delegar en su mujer. la reina María Cristina. Al empeorar su enfermedad parece ser que su hermano, Don Carlos y sus seguidores, convencieron a la reina para que se aboliera la Pragmática que permitiría gobernar como reina a su hija, Isabel. Amenazaron con una posible guerra civil. Aprovechando la enfermedad del rey, le hicieron firmar la derrogación de esta ley. Pero no habían contado con la hermana de la reina, Luisa Carlota. Casada con Francisco de Paula estaba en aquellos momentos en Cádiz y se trasladó inmediatamente a La Granja donde estaban los reyes.
Hizo llamar al ministro Calomarde pidiendo explicaciones de lo que había sucedido. Exigió que se le entregara el documento firmado por el rey. Lo rompió en pedazos y, se cuenta, le dió un par de bofetadas al ministro que pronunció la famosa frase de «Manos blancas no ofenden».
Primero pasos de María Cristina
En octubre Fernando VII nombra a la reina «gobernadora» mientras dure su enfermedad. María Cristina concedió un indulto, reabrió las universidades y sutituyó primeras figuras tanto en el gobierno como en el ejército. Pronto se dió cuenta que iba a necesitar el apoyo de los liberales si quería que su hija reinase alguna vez en el país, de ahí estas decisiones, que contaron con el beneplácito de este movimiento.
En diciembre el rey se encontró mejor y recuperó su poder, aunque ya contaría para todo con su mujer. Para alejar la amenza carlista del país, enviaron a Don Carlos a Portugal a escoltar a la princesa de Beira, María Teresa de Braganza. Ella era la hermana de su mujer y, tras quedar él viudo, se casaría con ella. Su comportamiento «alegre» (parece que tuvo un escarceo amoroso con Olózaga), hizo que el rey de Portugal, su hermano, pidiese que fuese enviada a su país. Don Carlos aprovechó la estancia en Portugal para lograr el apoyo del rey portugués a su causa.
Mientras tanto Isabel era jurada como princesa de Asturias.
Aunque Carlos fue invitado a la ceremonia, no quiso renunciar a su puesto y no acudió.
María Cristina regente
Fernando VII murió en septiembre de 1833. María Cristina sería la regente hasta la mayoría de edad de Isabel. Nombró a Cea Bermúdez ministro de Estado. Reunió al Consejo de Regencia contando con el apoyo de todos sus componentes. A pesar de ello no creía que pudieran ayudarla en los pasos a seguir y reunió a su alrededor un consejo informal que fue tildado de «camarilla«.
Contaron con el visto bueno de Cea Bermúdez. Entre ellos estaba el liberal Donoso Cortés y el embajador marqués de Miraflores. Todos llegarían a ocupar puestos importantes posteriormente.
Hubo levantamientos carlistas en distintas provincias españolas, pero pudieron ser sofocados.
Isabel fue proclamada reina a los tres años, el 24 de octubre de 1833.
Los liberales volvieron del destierro y entre ellos Olózaga al que se le encargó la revisión de un código de comercio.
Baldomero Espartero fue ascendido, aunque enviado a Palma de Mallorca, ya que se le consideraba demasiado radical.
Francisco Serrano fue al norte a luchar contra los carlistas en Vitoria y Bilbao.
Al no poder acabar con la rebelión carlista rápidamente, los restantes países europeos tomaron posiciones. Austria, Rusia y prusia apoyaron al absolutista Don Carlos. Inglaterra y Francia apoyaban a la reina María Cristina y Portugal estaba dividida.
Durante este tiempo comenzó también la relación entre la reina regente y el soldado Fernando Muñoz. Se intentó mantener en secreto, aunque todo el mundo estaba al tanto de sus amoríos. Tuvieron 8 hijos, de ellos la primera hija nacería en el año 1834. Parece ser que María Cristina había aborrecido realmente a su primer marido y pensó que también tenía derecho a ser feliz. No quiso que el tener que ejercer de regente influyera en su vida privada.
Sin embargo el pueblo español no aceptó bien este matrimonio, sobre todo porque se casó en secreto en diciembre del 33, es decir, sólo unos meses tras la muerte de Fernando VII. Además, con el tiempo, ella y su marido, ya convertido en duque de Riánsares se dedicarona intrigar contra su hija Isabel y a amasar una fortuna.
En enero de 1834 María Cristina destituyó a Cea Bermúdez y nombró a Martínez de la Rosa. Se quería más estabilidad política porque los carlistas estaban avanzando en el norte bajo el mando de Zumalacárregui. Martínez de la Rosa nombró jefe del ejército del norte al general Vicente Jenaro de Quesada tan cruel en sus acciones que se logró alejar a todos los partidarios de María Cristina y que apoyaran al pretendiente al trono.
Los carlistas atacaron a la reina por su relación con Muñoz que, además, era rechazada por el clero.
Martínez de la Rosa estaba a la cabeza de los moderados y Agustín Argüelles de los progresistas secundado por Olózaga.
Se constituyó el Estatuto Real, dos cámaras que reunían a las diferentes tendencias políticas. Este sistema era aceptado por Inglaterra y Francia.
Don Carlos huyó a Londres, aunque no recibió el apoyo del rey, como él esperaba. Poco después volvió a España y se reunió con Zumalacárregui al que confirmó como teniente general, jefe de Estado Mayor y general en jefe del ejército carlista.
Al no poder vencer a los carlistas, los liberales comenzaron a favorecer las tendencias más radicales.
Exaltados, clero y los «Muñoces»
En verano de 1834 se crea un grupo masónico, la sociedad isabelina, compuesta por «exaltados» y que aprovechó las derrotas ante los carlistas para realizar una serie de acciones contra el clero y los religiosos acusándolos de carlistas. De hecho, gran parte del clero apoyaba al hermano de Fernando VII, que quería perpetuar las tendencias absolutistas y más conservadoras.
Hubo por aquel entonces una epidemia de cólera en Madrid y se acusó a los curas y frailes de haber envenenado las fuentes. El populacho cargó contra los frailes que veía, siendo asesinados más de cien religiosos. Se prendió fuego a los conventos de San Isidro y San Francisco. Olózaga ayudó a frenar la revuelta cuando el populacho iba a por los frailes mercedarios. Esto crearía una gran separación entre los progresistas o exaltados por un lado y la Iglesia y los moderados por el otro.
Mientras el país se debate entre carlistas e cristinos, entre liberales y progresistas, Isabel vive sóla en el Palacio Real. Su padre ha muerto y su madre está creando otra familia, si bien es cierto, que nada más nacer los hijos de su matrimonio con Muñoz son inmediatamente llevados a Francia. La creencia general es que María Cristina prefiere a su segunda hija, Luisa Fernanda. De hecho su actitud más adelante hace sospechar que esta creencia está fundada. La realidad es que Isabel está en manos de personas que no son las mejores para prepararla para su futuro como reina.
En Palacio no gusta el grupo de allegados a Muñoz, que empieza a copar puestos de importancia. La situación en Madrid era calmada, pero en el norte seguía la guerra que pasaba ya a Galicia y Cataluña.
Se nombró a Espoz y Mina comandante del ejército. Tuvo que refugiarse en Pamplona con sus ayudantes Narváez y Serrano, mientras seguían luchando otros dos jóvenes generales, Luis Fernández de Córdova y Baldomero Espartero.
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