Un joven doctor
José Eugenio de Olavide y Landazábal nació en Madrid el 6 de septiembre de 1836. Su padre, José María Olavide era cirujano. Tras finalizar sus estudios en Medicina con unas notas excelentes, fue a París en 1858. Parece ser que su actividad allí estuvio más bien dedicada a la cirugía. Dos años después volvería a Madrid. En 1861 se presenta a oposiciones para cargos públicos. Obtuvo el número uno entre los aspirantes, veinticino, al puesto de médico del Real Patrimonio. Fue destinado a El Pardo. Después de varios años fue nombrado médico de la Familia Real. Estuvo en este cargo en dos ocasiones interrumpidas por la Primera República. Así fue médico de Amadeo de Saboya y de Alfonso XII.
En 1861 obtuvo el puesto, también por oposición, de médico cirujano del hospital San Juan de Dios. En 1872 ingresó en la Real Academia de Medicina.
Olavide falleció en Madrid en 1901.
El hospital San Juan de Dios
Este hospital había sido fundado en 1552, entonces Hospital Antón Martín, para atender a los indigentes con problemas venéreos y dermatológicos. En la mayoría de los casos se trataba de pacientes relacionados con la prostitución, por lo que tampoco recibían demasiada atención.
Olavide se ocupó así de multitud de enfermos con problemas de sífilis, sarna, tiña, etc. lo que le haría interesarse cada vez más por la dermatología tan poco estudiada en España. Puede considerarse así el primer dermatólogo del país con una formación basada en la práctica diaria con este tipo de pacientes.
Por otro lado estaba influído por las tendencias francesas de esta especialidad que debió de conocer durante su estancia en el país vecino. En 1850 ya se había querido fundar una cátedra de dermatología en Madrid, pero no se llevó a cabo, por lo que la actividad de Olivade con sus colaboradores a partir de 1864 puede ser considerada como la primera actividad docente de esta especialidad.
Láminas
Con fines pedagógicos y también como método para poder recrear y recordar las enfermedades vistas, Olavide comenzó a realizar una serie de láminas en las que plasmaba las diferentes enfermedades dermatológicas. Las primeras parece ser que datan de 1866 y que contenían además la historia clínica del paciente y un resumen teórico de la enfermedad.
Conjuntamente con sus colaboradores Olavide fue anotando sus observaciones para facilitar una mayor comprensión de las enfermedades y el compendio de éstas fue publicado, en forma de fascículos, en el libro «Dermatología general y Atlas de la clínica iconográfica de enfermedades de la piel o dermatosis» entre 1871 y 1881.
Parte de estas láminas han sido encontradas y se encuentran actualmente en el Museo Olavide de Madrid.
El Museo Olavide
Una práctica habitual para la enseñanza de la medicina era la utilización de figuras de cera representando las diversas enfermedades a tratar. En diferentes países europeos se realizaron piezas en cera dada su importancia para la comprensión de la anatomía humana. De hecho, a pesar de los avances actuales, por ejemplo en Alemania, se están utilizando hoy en día figuras de cera para el estudio de la anatomía forense.
Olavide también utilizó este sistema. Contó con la ayuda de diferentes especialistas. Se realizaba un molde de yeso que se llenaba con cera y aglutinantes derretidos. Posteriormentea, al desmoldar la figura, se le realizaban los añadidos necesarios para representar la enfermedad. Estas figuras, al ser de cera, son muy sensibles a los cambios de temperatura y han de conservarse a unos 20 grados y un 30% de humedad. También son frágiles por lo que su mantenimiento requiere grandes cuidados. Las figuras del museo Olavide destacan porque los moldes se realizan de toda la parte del cuerpo, no sólo aquellas afectada por la enfermedad.
Parece ser que en tiempos de Olavide se realizaron hasta unas 800 figuras de este tipo.
El museo se inauguró en 1882. Siete años después alcanzaría fama internacional al participar 90 figuras del mismo en el I Congreso Internacional de Dermatología en París.
Enrique Zofío Dávila, uno de los artistas creadores de las figuras, numeraba las mismas y además añadía la historia clínica. Lamentablemente José Barta Bernardotta y Rafael López Alvarez no numeraron sus piezas ni añadieron las historias clínicas, por lo que su catagolación es más complicada.
El Museo Olavide estaba a disposición de los médicos dermatólogos, siendo las piezas frecuentemente usadas durante las clases por los diferentes profesores.
El Museo parece ser que estaba ubicado en una galería con las piezas colocadas en vitrinas desde el suelo al techo. Los encargados del museo, José Barta y después Rafael López siguieron realizando piezas en cera. Durante la Guerra Civil el museo era también visitado por milicianos a los que se les enseñaban los estragos producidos por las enfermedades venéreas.
La Guerra y el derribo del edificio donde estaba el Museo hicieron que las figuras comenzaran un viaje a lo desconocido. Durante años no se supo de ellas, hasta que aparecieron en unas cajas almacenadas. Se cree que hay cerca de 800 figuras, de las cuales 420 ya han sido restauradas.
Actualmente el Museo Olavide es propiedad de la AEDV (Academia Española de Dermatología y venereología) y está gestionado por el doctor Luis Conde-Salazar Gómez. Los restauradores que están poniendo las piezas a punto son Amaya Maruri Palacín y David Aranda Gabrielli. Su trabajo es laborioso y no exento de riesgos, puestos que las piezas han sido encontradas en pésimo estado, acumulando polvo e incluso excrementos de animales durante años.
Destacan de su trabajo no tanto las figuras en sí, sino las historias que se encuentran detrás de cada cera. Los historiales, tan detallados, nos ayudan a recrear la antigua sanidad.
Entre las piezas más llamativas está la de un niño tumbado de lado sobre un colchón. Se cuenta que años después de realizada la figura, este mismo niño, ya adulto, se encontró con la misma en el hospital San Juan de Dios durante una visita y, de hecho, quiso comprarla. Se había curado y recordaba su estancia en el hospital. El hospital se negó por lo que aun podemos observar esta interesante figura.
Otra pieza representa a una mujer que por su deformidad era considerada prácticamente un monstruo de feria. Al verse rodeada de médicos en el hospital que la trataban con consideración y estaban tan atentos a su enfermedad, logró hasta sentirse feliz por una vez en la vida, siendo el centro de atención.
Poco a poco, Amaya y David van abriendo las cajas y restaurando las figuras a medida que van apareciendo. También cae dentro de su responsabilidad la restauración de las láminas encontradas y de los documentos con las historias clínicas. Una labor ingente a la que se dedican con el mayor de los entusiasmos.
Aunque no es este un museo para recrearse, sí que es esencial para todas aquellas personas interesadas en la dermatología y en la historia de la Medicina.
Un historial clínico
«F.G.M., de 17 años, natural de Valdepeñas (Ciudad Real), de temperamento linfático y veterinario de segunda clase.
No tiene antecedentes de familia y los individuales se reducen a las enfermedad actual; cuando tenía un año, estando durmiendo en la cama, cayó al suelo y le sobrevino una hemiplejia, apareciendo enseguida una mancha roja, persistente, en la mejilla derecha, del tamaño de céntimo que le picaba, obligándole a rascarse, y que más tarde se ulceró, cubriéndose de una costra grisácea.
Hace cinco años ingresó por primera vez en este hospital y se le prescribieron las escarificaciones y cauterizaciones con la barra de nitrato de plata y ácido fénico puro; viendo el enfermo que no mejoraba y se extendía la lesión, pidió el alta; pero a primeros del corriente oyó decir que el lupus se curaba con la linfa de Koch, que se hacían ensayos en este hospital y decidió someterse a este tratamiento, ingresando en el siguiente.
Estado actual
Buena constitución y todas sus funciones normales. La lesión que ocupa la mejilla derecha, extendiéndose a las regiones labial, palpebral (ulcerada)y nasal, por donde tiende a avanzar preferentemente.
Tratamiento
Embrocaciones de tintura de iodo; lavatorio con alcohol y cura con polvos de iodoformo al párpado inferior ulcerado, baños generales cloruro-sódicos y al interior de aceite de hígado de bacalao y la tintura de iodo a gotas en el vino de las comidas.
Manifestando deseos de tomar baños de mar, se le concedió, saliendo de la clínica con la lesión cicatrizada en casi toda su extensión, faltando solamente la región nasal y el párpado inferior, que sigue ulcerado en parte.»
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